En el corazón de la casa abandonada, una habitación atemporal se convertía en un escenario de intriga y nostalgia. La luz del día se filtraba a través de una ventana entreabierta, iluminando el suelo de madera gastada. La puerta del balcón permanecía misteriosamente cerrada, como si ocultara secretos que solo el tiempo podría desvelar.
En el rincón, una antigua silla de madera, con el respaldo desgastado por la edad, parecía esperar a su próximo ocupante. Esta miraba fijamente hacia la ventana, como si estuviera ansiosa por revelar los misterios que se escondían tras los cristales. La silla había sido testigo de historias que se habían perdido en los recovecos del tiempo, esperando pacientemente a que alguien las desenterrara.
Las paredes, un lienzo de papel pintado desgastado, evocaban recuerdos de épocas pasadas. Los colores desvanecidos y los patrones difuminados daban la impresión de que el pasado se había desvanecido y la habitación se mantenía en un estado perpetuo de transición.
En el rincón opuesto, una botella de whisky vacía y un vaso volcado yacían en el suelo. El líquido derramado se extendía, formando un charco que la madera absorbía lentamente. Era como si el suelo mismo deseara retener los fragmentos de historias que habían caído y se habían perdido en el tiempo.
La imagen, capturada de manera enigmática, dejaba en suspenso la pregunta de si era una fotografía real o una pintura al óleo. En esa habitación olvidada, el tiempo se desdibujaba, fusionando el pasado y el presente en una narrativa única y misteriosa, donde las historias que esperaban ser contadas se mantenían en silencio.
